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miércoles, 16 de junio de 2010

(1.06.10)

Los dedos escarchados gritaban bajo la cuerina - negra, sucia - de las botitas cotidianas. Y disfrutaba. Disfrutaba de ese frío que hervía, que picaba, que volvía torpes los movimientos y obligaba a caminar más rápido para la ducha, la palangana de agua caliente, la sensibilidad que vuelve y abraza a los diez. El cigarrillo, el quinto o sexto, se mofaba de su impaciencia porque el tic no seguía al tac y estaba condenada - se condenaba sola - a sentir el mármol frío, o el granito tal vez, de las escalinatas de la plaza. Y pensó que era tonto esperar al tiempo, que en realidad las agujas estaban mintiendo y que ya había pasado una hora, dos o tres. 15 minutos. Eternos, helados. Le gustaba. Le gusta el dolor o contar sobre él. Así puede contar algo, así alguien la escucha un mísero minuto. 'Pucha, qué frío que hace'. Unos míseros 30 segundos. Por lo demás, anda perdida o quiere estarlo. Ver las caras de compasión o los gestos breves, inocuos, que nunca la tocan, que ni la rozan, pero se empeña en ser dueña de la miseria sólo por no saber adueñarse de los colores cálidos y los cantos del benteveo.

2 comentarios:

Adriana dijo...

Me gustó mucho. ¿Creación tuya?

Anónimo dijo...

Bueno, rarísimo esto.. Soy la que te comentó en la reflexión sobre la anarquía.
Le estuve pegando vueltas a tu blog, y me impactó en 7893424387 sentidos.
y mejor aún, hace unos días un amigo me recomendó una página de 30 minutos de tormenta, y jamás la encontré, y la vengo a encontrar ACÁ.
casualidad, causalidad, qeu se yo, me importa tres carajos ajajaj
un saludo.